¿Por qué es Eric Hobsbawm uno de los más sino el mayor historiador de nuestro tiempo? Porque caracterizó como nadie al fenómeno más importante de la historia moderna que es el desarrollo capitalista. Sus cuatro libros magistrales titulados “La era de las revoluciones”, “La era del capital” “La era del imperio” y “La edad de los extremos”, constituyeron una vulgata de “alto nivel” como él mismo la caracterizó alguna vez, abarcando el período que va de 1789 a 1994. Quizás su mayor precisión histórica fue hablar del siglo XX como un siglo corto, que había empezado con la primera guerra mundial en agosto de 1914 y había terminado con la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989.

En la mejor ortodoxia marxista combinó la exposición del desarrollo de las fuerzas productivas y su impacto en el progreso de las sociedades con los límites de las relaciones sociales de producción, que se manifestaban, como más de una vez se encargó de reiterarlo, bastantes más difíciles de cambiar de lo que había pensado el más sosegado de los optimismos revolucionarios. Sin embargo, no perdió el mismo el optimismo. Frente a la crisis que empezó el 2008, llegó a decir que la quiebra de la burbuja financiera revelaba a este capitalismo no solo como injusto sino también como inviable y que debíamos esperar tiempos turbulentos en los años venideros.

Lo recuerdo en su caminar pausado, recorriendo el salón de clase de lado a lado, en los otoños neoyorquinos de 1986 y 1987, mientras nos relataba el nacimiento del imperalismo europeo y las correlaciones de fuerzas políticas y militares que desembocaron en la Primera Guerra Mundial. El tema del libro que en ese momento escribía “La era del imperio”. Se acababa de jubilar de su cátedra en la Universidad de Londres y se quejaba de la magra pensión que le imponía el gobierno de Margaret Thatcher por lo que, nos decía, debía cruzar el Atlántico para dar clase en la New School for Social Reasearch. No ahorró, frente a las preguntas inquietas de los estudiantes latinoamericanos, ácidas críticas a Sendero Luminoso y nos repitió una y mil veces la diferencia entre terrorismo y comunismo, así como el valor supremo de la vida humana en la tradición socialista.

Hablaba perfectamente español y recordaba con mucho afecto su visita al Perú a principios de la década de 1960 que lo llevó hasta los valles de La Convención y Lares en el departamento del Cusco, para conocer de primera mano el movimiento campesino liderado por Hugo Blanco. Luego de esta visita nos gratificaría con uno de los mejores análisis de ese movimiento “La Convención: un caso de neofeudalismo en el Perú”, publicado en 1967. Años más tarde, en 1970, publicó un muy comentado artículo, “Perú: la revolución peculiar”, sobre el gobierno militar de Juan Velasco, en el que señaló la proyección de sus reformas sociales pero también los límites de su carácter militar. Coincidimos con Margarita Giesecke en uno de estos semestres en la New School, cuando ella terminaba su tesis doctoral de la que Hobsbawm era asesor, y ante una sugerencia nuestra de que se animara a volver a visitar el Perú, nos señaló que prefería quedarse con el recuerdo de la década de 1960, aludiendo a las dificultades de la violencia senderista y la crisis económica que atravesábamos en la época.

En un tiempo que ha visto tantos cambios de camiseta Eric Hobsbawm fue un comunista de toda la vida que acompañó su brillante trayectoria académica con una militancia persistente en el Partido Comunista de la Gran Bretaña. Esta condición lo llevó, en estos tiempos de crisis, a publicar su último libro con el título de “Cómo cambiar el mundo”, texto en el que señala la necesidad de volver a Marx y a la proyección utópica de su pensamiento. Queda la lección de una vida lúcida entregada a la reflexión con el objetivo de transformar el mundo.