14 agosto, 2008

Maria Ortiz Lazarte

Maria. Estrella fugaz

Era el 17 de Octubre de 1942, cerca del límite con Ayacucho, en Carabelí, Arequipa -ya que su padre hacía por esos tiempos trabajos itinerantes en las minas del país dada su labor en la mecánica de los enormes motores Diesel que se usaban en esas faenas-, cuando nació Maria.
Se que pasaron luego a Ica, donde nació otro hermano y luego a Chimbote. Era la mayor de cuatro varones.

Crecía María entre el característico olor a la harina de pescado de las fábricas porteñas y los juegos felices de las tardes cerca de la playa luego de la inicial, cuando se trasladan a Lima, al Cercado, donde terminaría la secundaria en el colegio nacional Rosa Santa María de Breña.
Le gustaba la guitarra y era común encontrarla tocando y cantando junto a sus hermanos en las reuniones de la familia.
De carácter emprendedor y alegre, estudia Lengua y Literatura en la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de donde egresaría en 1963. Hace sus prácticas profesionales en el colegio de la orden de San José de Cluny en el distrito clase mediero limeño de Barranco.

Funda en 1958 junto al padre Durand -quien fuera luego Arzobispo del Callao- la CRUZ BLANCA, un programa de apoyo social cuyo objetivo es aún hoy, ayudar a niños y jóvenes de escasos recursos de asentamientos humanos de Lima y Callao, así como hijos de mineros y campesinos del interior, brindándoles formación en valores, una alimentación balanceada, atención medica y educación en normas de higiene; deportes, recreación y esparcimiento en campamentos de verano, dedicándose desde esa institución hacer concreto el espíritu de la promoción humana de los más pobres y ayudando a modelar vidas con mayores perspectivas y potencialidades.
Con 21 años, siendo estudiante de la sección doctoral de la Facultad y mientras hace sus practicas profesionales, es nombrada Jefa General De Guías de la Cruz Blanca.

Ese contacto estrecho con la pobreza y la necesidad hace crecer en ella aun mas, el espíritu de servicio y de lucha que la caracteriza. Ingresa luego a la orden de San José de Cluny con la esperanza de desarrollar desde allí, sus ideales.
Es enviada por la orden a Francia, para un post grado de Filosofía y Pastoral en la Universidad de la Sorbona en Paris, luego de lo cual le proponen quedarse como profesora y enseña en dicha institución por unos tres años.
Al regresar es nombrada por su congregación como directora del Colegio para señoritas San José de Cluny en Miraflores, cargo que no acepta y por lo que se inician roces con las superioras del convento, pasa luego con un cargo menor al San José de Cluny del populoso y joven distrito de San Martín de Porres.

Cuentan que en una oportunidad se opuso fuertemente a la expulsión de una hermana muy humilde y sin mayor instrucción, que era tratada como sirvienta y de la que quisieron luego prescindir, Maria amenazó con dejar la orden –que había invertido en ella- si esta hermana era echada, dieron entonces marcha atrás, la hermana retornó y sigue ahí hasta hoy.

Por su interés constante en el tema y como Doctora en educación, integra la mesa nacional de trabajo para la Reforma de la Educación Peruana.

Decide dejar la orden al inicio de los setentas, ya que siente que no puede desarrollar desde allí, su manera de entender el servicio religioso y continúa un proyecto que atendía mas eficientemente sus pretensiones de ayuda a los pobres. Es así que se organiza con un grupo de monjas -que habían salido también del convento- y algunos sacerdotes, entre ellos el padre Vicente Woodruff -quien hasta hoy trabaja en el país-, para fundar un grupo que esté mas cerca de las necesidades de la gente humilde.

Alquilan el segundo piso de una casa en San Martín de Porres desde donde desarrollan una fructífera labor con organizaciones sociales, agrupaciones juveniles, grupos de adultos mayores y en la implementación de comedores populares para los mas necesitados de esa Lima de los setentas, tan clasista y segregadora.
Es detenida en varias oportunidades por similares causas, las de los pobres. En una de ellas por su apoyo a una huelga de mineros que por esos días hacían sentir sus protestas en la ciudad reclamando justicia para sus vidas, ayudándolos con sus ollas comunes y haciendo suyo su dolor. Era acusada de agitadora y dejada al momento en libertad al no existir cargos por: solidaridad con las necesidades de los desposeídos.

Estas labores sociales son realizadas siempre, sin perder contacto con la parroquia de La Santa Cruz del mismo distrito. El antiguo templo, hoy salón parroquial, lleva su nombre.

Algunos pasajes de su vida permiten mirarla un poco mas de cerca, como el echo de negarse a usar el carro que la congregación le asignó para movilizarse a las zonas deprimidas de la ciudad, por considerar vergonzoso enrostrar el derroche del dinero para comodidad personal, a gente tan necesitada de todo, ella se movilizaba muy a gusto en transporte publico, que era lo que había echo toda la vida.
En otra ocasión, su hermano se dio cuenta de lo mal que andaba su dentadura y le ofreció ayuda para pagarle el tratamiento dental, después de negarse varias veces, ella recibió el dinero… para entonces donarlo secretamente al ministerio en el que estaba inmersa. Debió llevarla luego el mismo, con el doctor.

Su labor continuaba sin descanso hasta que comenzó a presentar síntomas de agotamiento excesivo y fiebres recurrentes, cuentan que al recogerla algunos sábados de la casa de San Martín de Porres, llegaba a la de sus padres con fiebres altas y dicen que dormía casi todo el fin de semana reponiendo fuerzas para comenzar la semana.

Se le había diagnosticado una enfermedad, seguramente ya desde sus años en Paris, posiblemente el Mal de Shogren, primo de la Artritis Reumatoide; una enfermedad crónica autoinmune de etiología incierta, posiblemente viral, el echo es que disminuía mucho su inmunidad, esto por el mismo mal como por su tratamiento y quedaba por tanto propensa a contraer cualquier enfermedad de las muchas que hay endémicas en el país, especialmente en las zonas marginales y de las que sufren nuestros eternos desnutridos. Ella le dijo una vez a mi madre que para mantenerse bien tendría que vivir eternamente en un metafórico globo aislante, cosa que no haría nunca ya que se debía al trabajo con los pobres, que era su vida..

Contra lo que muchos le recomendaron siguió su labor en las barriadas hasta que la enfermedad debilitante hizo estragos en su cuerpo, infectándolo impunemente y complicando infecciones que en uno inmunocompetente se hubieran resuelto incluso espontáneamente, entonces ocurrió lo previsible, luego de una amigdalitis complicada, se instaló en su cerebro la Encefalitis, que -luego de una estancia de aproximadamente un mes en el Hospital Obrero de Lima-, terminaría por rendirla. Y finalizó su vida a los 32 años de edad. Era el 26 de julio de 1975.


Quedan flotando concepciones seguro cada vez mas claras y firmes, trabajo de mayor envergadura cada vez, cosas que quedaron truncas, aunque el trabajo realizado fuera arduo y extenso y son además ejemplo de vida para las nuevas generaciones, llegadas a un mundo cada vez mas plástico, egoísta e indolente, un mundo que necesita cada vez mas urgentemente, de estos mensajes a favor de una sociedad mas justa, mejor repartida en oportunidades, mas solidaria.

La Madre Teresa dijo alguna vez: “Solamente una vida dedicada a los demás, merece ser vivida”
José Martí decía: “Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la felicidad”.

Queda entonces, en estas líneas el testimonio de una vida que se dio integra a la causa de los pobres. Queda el ejemplo y el recuerdo de quienes estuvieron cerca y la conocieron, así como el reconocimiento y la gratitud de quienes la conocimos a través de ellos.

María supo vivir con calidad y con alegría, su vida valió la pena ¿cuantos podremos decir lo mismo de las nuestras?, seguramente muy pocos.
Ivan Ortiz