Por Antono Zapata
Una visita a las playas del Sur permite constatar tanto la transformación como la persistencia del viejo racismo nacional. No hay duda que la elevada discriminación existente se expresa en términos raciales. Todo lo popular se identifica con “cholo”, empezando por las personas y siguiendo por los productos que las caracterizan. Y, los cholos son segregados. No se juntan con la elite.
Pocos balnearios son mixtos, como San Bartolo por ejemplo, que dispone de un barrio residencial de clase media y otra zona popular, que creció como asentamiento de trabajadores llamado San José. Luego, la mayoría prefiere la exclusividad. Como sabemos, el extremo de la segregación se halla en las playas de Asia, con ingreso reservado y normas explícitamente discriminatorias contra el personal de servicio doméstico.
Pero, esa segregación ha dejado de ser fenotípica y ha pasado a ser de clase. Cholo equivale a pobre. Por lo tanto, inmediatamente se tiñe de color cobrizo y de formas crudas y poco acabadas. Así, cholo equivale también a feo. Mientras que el dinero y el manejo de las normas culturales occidentales inmediatamente blanquea. Conozco personas que han ascendido social y económicamente, que fueron tratadas como cholas media vida. Pero, de pronto empezaron a escalar y ahora, que se acercan a la vejez, se han vuelto totalmente respetables y no son discriminadas, de hecho algunas son vecinas de Asia, y más bien discriminan a las personas pobres a su servicio. Es decir, como bien ha sostenido Walter Twanama, en el Perú somos choleados por otros y también tenemos nuestros “puntos”, a quienes nosotros choleamos.
En otros países las mismas discriminaciones de clase no se expresan necesariamente en categorías raciales. Por ejemplo, en los EE. UU. existen algunos afroamericanos que han hecho mucho dinero y pertenecen a la elite económica del país. Pero no los consideran blancos. Siguen siendo considerados negros y su matrimonio más frecuente es igualmente con alguien de color.
Allá la segregación sigue siendo fenotípica y el estatus importa menos. Por el contrario, una sociedad mezclada como la peruana, ha usado el racismo para fundamentar las jerarquías sociales. A partir de la clase media se ingresa a la sociedad de los blancos, así seas originalmente indígena o negro.
La valla se encuentra en la clase media, que define dos escenarios, el mundo popular y su, parcialmente opuesta, sociedad que agrupa a quienes toman decisiones e importan en el Perú. “El grupo de los mil” según celebre definición de Rafo León. ¿Cuál es la marca distintiva?
Aparentemente, gozar de servicio personal, que el hogar cuente con empleada doméstica. Es decir, una vieja institución colonial, prácticamente desaparecida en el Primer Mundo, donde el trabajo doméstico es por horas y organizado como cualquier otro empleo. Nuestra particularidad es la empleada “cama adentro”, que significa una persona al servicio, a cualquier hora del día o de la noche, cuando se necesite.
No importa el lugar de residencia, puede ser uno de los Conos, la clave se halla en la disposición de servicio doméstico cama adentro. El hogar que lo dispone ha dejado la choledad y ha pasado a cholear a otros. Estas categorías se oponen a la vieja consideración fenotípica. Lo crucial ya no es el color de la piel ni siquiera los rasgos más pronunciados del cuerpo. Aunque son tomados en cuenta, importan menos que la posición social.
Ha ido evaporándose el llamado “racismo científico”, que fue muy fuerte en el mundo entero cien años atrás. Ese racismo identificaba el color del individuo con sus expectativas de civilización y jerarquizaba el mundo rígidamente, colocando a los blancos en la cima. Pero, eso no funciona más, porque la historia se ha encargado de desmentirlo y entonces la vieja discriminación se ha reciclado.
Así es el Perú. Un país donde nos hemos acostumbrado al choleo de una manera particular, segregando por clase y otorgándole un componente racial y estético a esa discriminación.