22 septiembre, 2011

La brecha de América Latina


Escrito por Antonio Zapata

El economista estadounidense Shane Hunt ha escrito un notable ensayo sobre la brecha entre América Latina y los países desarrollados (1). Apoyándose en sólidas cifras estadísticas, ha establecido el PBI per cápita de cada economía, comparándolo con el resto del mundo. Según su cálculo, en 1700, las 13 colonias norteamericanas, que luego formaron los EEUU, tenían el mismo ingreso promedio que los países latinoamericanos. Aún no se iniciaba el setecientos y todo el Nuevo Mundo era una colonia de las potencias europeas. Por ello, se vivía más o menos igual, tanto en Nueva York como en Lima.

Luego, se produjo la revolución industrial en Gran Bretaña y España quedó rezagada con respecto al resto de Europa. Ese retraso se reflejó en las colonias, puesto que, al llegar la independencia, en 1820, el nivel de vida en Latinoamérica había descendido a la mitad que en los nacientes Estados Unidos. Mientras en Hispanoamérica la vida económica seguía regida por los mismos factores tradicionales, la economía norteamericana fue transformada por el vapor y el ferrocarril. Comenzaba la conquista del oeste y la apertura de los Estados Unidos a su enorme frontera interior.

Por su parte, la inestabilidad política latinoamericana posterior a la emancipación generó un gran retraso. Los caudillos tuvieron su costo y el desorden constitucional provocó una nueva dependencia con respecto a los centros capitalistas, que en esos años precisamente se despuntaban. En el siglo XIX, la brecha se amplió en forma considerable, porque al llegar 1870, el nivel de vida latinoamericano había descendido a una cuarta parte del norteamericano. Así permaneció hasta la víspera de la Primera Guerra Mundial. Es decir, bajo el liberalismo clásico no mejoró nada.

Esas cifras se mantuvieron durante toda la etapa dominada por el llamado “populismo”. Desde 1930 hasta mediados de los setenta, el PBI per cápita latinoamericano no descendió, e interrumpió la caída que lo había caracterizado desde la llegada del capitalismo. A continuación viene una severa crisis en los años 1980, generada por la deuda, externa, seguida por una tímida recuperación en los noventa.

Para el caso peruano, se cuenta con el acucioso trabajo de Bruno Seminario y Arlette Beltrán, quienes han construido una serie estadística muy completa. Comparando al Perú con América Latina, durante los treinta primeros años del siglo XX, se halla un crecimiento superior al promedio. Nos habría ido bastante bien en la República Aristocrática y el gobierno de Leguía. Pero, a continuación, durante 1930 y 1940, descendimos por debajo del promedio latinoamericano. A diferencia de otros gobiernos de la región, Manuel Prado no aprovechó la Segunda Guerra Mundial para impulsar el crecimiento económico.

Otra etapa expansiva se da entre 1950 y la mitad de los setenta, hasta la caída de Velasco. Esa época, tan denigrada, registra un crecimiento superior al promedio latinoamericano. Pero, luego viene una gran caída. Tanto el segundo gobierno de FBT como el primero de García afrontaron dificultades superiores a sus capacidades y como consecuencia el país se hundió bastante más hondo que el resto de América Latina. A continuación vino el repunte neoliberal, mucho más débil de lo que se sostiene, puesto que al cerrar el siglo no había logrado recuperar el PBI por habitante que se logró en años de Velasco.

De todos modos, el Perú se ubica en el promedio latinoamericano de crecimiento económico durante el siglo XX; estuvimos exactamente a mitad de tabla. Del mismo modo, el trabajo de Hunt concluye que, entre los años 1900-2000, América Latina no logró cerrar la brecha; por el contrario, ésta continuó profundizándose, aunque lentamente y a un ritmo inferior al siglo XIX.

(1) En Hunt, La formación de la economía peruana, Lima. BCR, 2011

¿Nos estamos suicidando?


Escrito por Guillermo Giacosa

Siento que vivimos atrapados en un doble círculo que lenta, pero inexorablemente, nos va asfixiando. El más amplio lo constituye la organización social en la que nos hemos convertido y que continuamente nos empuja hacia callejones sin salida. El uso de los combustibles fósiles es uno de esos callejones cuyo destino podría derivar en una catástrofe ecológica monumental. Otro es el estímulo desmedido al consumo, el cual conduce a que, inevitablemente, terminemos habitando un planeta donde la chatarra ocupará el espacio destinado a distintas formas de vida y donde la Tierra sufrirá una insostenible contaminación. Sin hablar del cielo, que ya se puede ufanar de padecer contaminación de alta tecnología.

El segundo círculo es menos visible, pero igualmente peligroso. Se aloja en nuestro interior y está construido por valores que priorizan los logros materiales por sobre los logros intelectuales o espirituales. El cultivo de dichos valores es contrario a una cultura de solidaridad y paz que es, por otra parte, la única que puede alejarnos del abismo de la destrucción del planeta que habitamos. La ambición es considerada una virtud que nos incita a mayores logros. Si en eso quedara, virtud sería. Por desgracia, deviene muy fácilmente en codicia y esta exacerba el egoísmo a límites que nos permiten ser indiferentes a todo desastre que no esté al alcance de nuestro círculo emocional directo. La creencia de que el éxito –incluido el económico– expresa el favor de Dios justifica cualquier injusticia. Procedemos como los accionistas de las llamadas sociedades anónimas, que no sienten la menor culpa de los horrores que algunas empresas siembran en el planeta.

A pocas personas se les ocurre pensar que sus beneficios muchas veces suelen estar manchados de sangre. Los ejemplos sobran, pero no recuerdo ninguna venta masiva de acciones para no convertirse en cómplice. Por citar un par de casos, están aquellos que envenenan la tierra y a la gente con insecticidas altamente tóxicos o quienes venden armamento. Mas, creo que si los narcos pudieran oficializarse, serían un boom en el mercado.