09 octubre, 2010

De cómo el Nobel MVLl casi me manda a la cárcel

Primero fueron algunas cartas que mi madre guardaba de su hermano. Había pasado varios días en Lima como miembro de la delegación argentina durante la conferencia de la Unión Panamericana que se celebró en esta ciudad en 1939, un año antes que yo naciera. En ellas hablaba de una Lima jardín, de mujeres muy elegantes y de un tono de vida bastante más pausado que el de Buenos Aires e, incluso, que el de Rosario. Mi madre me leyó esas cartas cuando en Historia me tocaba estudiar el Imperio Incaico o la campaña del general San Martín a Chile y Perú.

No sé qué mescolanza se habrá hecho en mi cabeza, pero el Perú –entre incas, San Martín y las cartas de mi tío– se me antojaba un sitio exótico y placentero y me prometía que algún día lo visitaría. Luego, ya a los 17 años, leí a José María Arguedas y sus desgarradores relatos sobre los sufrimientos de los indígenas descompusieron un poco la película un tanto paradisíaca que antes había tejido. Luego vino Manuel Scorza con Redoble por Rancas, Garabombo el invisible y allí, ya más consciente de que todo lo que sucede no es obra del azar, sentí que el paraíso peruano era para unos pocos y que esos pocos no eran precisamente unos enamorados de la justicia social. Finalmente, pasé por Vallejo a quien admiraba sin saber que era Vallejo, es decir, conocía algunos de sus poemas pero solía confundirlo con León Felipe o Rafael Alberti. Perdón, admiradores de la obra del gran poeta, la poesía nunca fue mi fuerte pero ahora ya aprendí a distinguir.

Desemboqué, naturalmente, en el actual Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, cuyos libros he seguido leyendo hasta hoy y seguiré leyendo mientras el nuevo Nobel tenga ganas de escribir. Mucho antes de venir por primera vez al Perú, solo para dirigir un seminario sobre Educación de Adultos en 1976, ya había leído con placer La ciudad y los perros, La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, Conversación en La Catedral y Los Jefes, libro que me fue confiscado por la Policía federal y el Ejército argentinos cuando, en 1972, allanaron mi casa, me robaron todas las cosas de valor que poseía y me tuvieron un día enjaulado para luego, sin disculparse ni del atropello ni de los robos, devolverme la libertad.

Recuerdo este libro porque un teniente, con su nivel elemental y sus paradigmas de acero, me hacía preguntas pretendidamente capciosas sobre el contenido del pequeño volumen. No recuerdo en qué etapa de su evolución política andaba Mario Vargas Llosa, pero para el tenientito que me interrogaba se trataba de un peligroso socialista. Hubiera sido irónico, visto desde el presente, que yo quedara preso por el socialismo del nuevo Nobel de literatura. Felizmente, no ocurrió y, felizmente, le otorgaron a MVLL un premio que merecía sobradamente. Ha dicho él que espera que se lo hayan dado por sus libros, nosotros esperamos lo mismo.

Tomado de Diario PERU21, La Central 09/10/10