Autor: Guillermo Giacosa
El neoliberalismo es al cuerpo económico y social de un país lo que los esteroides son al cuerpo humano: una fantasía sin estructura real para mantenerse en el tiempo. Es, también, una apuesta irracional a desequilibrar la naturaleza, un gran decorado con soportes de cartón, un teatro de marionetas, donde quienes manipulan los muñecos sufren artrosis progresiva. Músculos o fuegos artificiales por un día. En suma: una aventura suicida.
Los hechos que cotidianamente provocan estados esquizofrénicos en las bolsas mundiales más las hambrunas, más el calentamiento global, más la proliferación de guerras, más el crecimiento de la pobreza, más el monopolio de la riqueza en pocas manos, más el desconcierto de los administradores de la crisis, más la repetición de soluciones fracasadas, más la incapacidad para tomar medidas que afecten el poder económico, más las crecientes y pronto incontrolables protestas populares, indican que esta enfermedad –capitaneada por la codicia y la estupidez– llamada neoliberalismo produce, en quienes se han convertido en sus sumos sacerdotes o en sus oficiantes secundarios –pero igualmente fanáticos–, un estado de ceguera aparentemente incurable.
Si ante el diagnóstico dramático que diariamente exhibe la realidad persisten en darnos más de lo mismo, significa que su capacidad crítica ha sido neutralizada por su bolsillo y que sus únicos valores están depositados en sus cuentas bancarias. Ellos, que creían haber llegado al fin de la historia, no imaginaban que nosotros, las grandes mayorías marginadas, tendríamos la tozudez de seguir exigiendo un lugar bajo el sol.
18 octubre, 2011
BAÑO DE (D)AMAS
Por Marisol Toledo Ocampo
Que en pleno siglo XXI exista, en un club privado, un baño especial para Amas no solo es denigrante sino una clara muestra de lo estúpida que puede llegar a ser nuestra sociedad. La revelación pública de la escritora Katia Adaui, con las fotografías que muestran la discriminación en la que incurre el Club Villa de Chosica, es solo una perla más que subraya la involución de nuestro país en materia de derechos humanos e igualdad.
En su única declaración, el club ha señalado que no se trata de discriminación sino de distinción. Me pregunto de cuándo acá se distinguen los baños por oficio o profesión. Cuidado que la próxima vez que vaya a un club social no le permitan a usted, siendo abogado, ingresar al baño de periodistas. O a usted, siendo administradora, orinar en el baño de las secretarias. ¿Por qué, si en el club en mención hay un baño para hombres y otro para mujeres, hay otro adicional para amas? ¿Acaso, al vestir el uniforme blanco, las niñeras se quitan la vagina para dejar de ser mujeres por un rato? Sin duda, tendrán problemas para expulsar la orina en su nuevo baño.
Sofía Mauricio, de la ONG ‘La Casa de Panchita’, me contó que en su primer trabajo en Lima, su “patrona” la llevó al baño. La sentó sobre el water tapado y sacó unas tijeras para, sin consultarle, cortarle el cabello. Coincidencia que, en ambos casos, el escenario sea justamente donde se expulsa tanta mierda.
Pero lo ocurrido en los clubes sociales limeños no es más que el reflejo de lo que pasa en la mayoría de nuestras casas. Es fácil ver la paja en el ojo ajeno, pero piense usted cuántas veces cenó lomo en su casa y a su empleada le pidió que se friera un huevo. Cuántas veces almorzó ella en la cocina, mientras usted lo hacía en la comodidad de un comedor, a pesar de que, según sus propias palabras, “ella es como de la familia”. Cuántas veces bañó a su hijo, le limpió los mocos, lo besó. Pero cuántas otras le pidió usted a ella que suba hasta el baño de la azotea, cuando las necesidades fisiológicas urgían.Cuántas le exigió salir al restaurante con el uniforme blanco. Ojo, eso también está señalado en el Decreto Supremo 004 del 2009 como un acto discriminatorio. Ud. puede exigirle el uso de uniforme dentro de casa por cuestiones de higiene o comodidad, pero no para cuando salen a la calle. ¿Es realmente necesario? Piénselo bien. Si usted, al momento del refrigerio, sale a la calle a almorzar con su jefe para tratar asuntos del negocio, ¿él acaso le exige que se ponga un cartel en el pecho que lo distinga como su empleado? Exigirle a su niñera el uniforme fuera de casa,¿no es acaso su propia necesidad de reafirmarle al mundo que usted es la jefa y ella la empleada? Eso, sin contar cuánto reclamamos por nuestros derechos laborales, pero cuan poco cedemos por los derechos -que establece la ley- para las trabajadoras del hogar (CTS, gratificaciones y seguro médico). Todos discriminamos de alguna forma. Lo más difícil de ver es la viga en nuestros ojos. Así que écheles un poco de agua y refriéguelos bien. Eso sí, para hacerlo, entre al baño que le corresponda, según su distinción.
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