19 julio, 2009

García: "la democracia soy yo"
Por Sergio Tejada

Desde los tristemente conocidos artículos de García Pérez sobre el “perro del hortelano” hasta la reciente publicación en el diario fujimorista Expreso de su artículo “A la fe de la inmensa mayoría”, hemos visto cómo el presidente ha ido endureciendo su discurso en contra de la oposición y criminalizando la protesta, polarizando a la sociedad al punto de sugerir que quien no apoya al gobierno o no comparte sus trasnochadas ideas, está en contra de la misma democracia.

Desde aquellas épocas en la que García entonaba “sigo siendo el Rey” se perfilaba ya esta vocación de monarquillo absolutista, que ahora se muestra en todo su esplendor con gabinetes cada vez más sumisos y con exabruptos tales como cuando afirmó que los resultados de las elecciones de 2011 dependían de él. Que García se considere la personificació n de la democracia tiene al menos las siguientes implicancias: a) los destinos de la nación están a cargo de un sujeto de personalidad megalómana y autoritaria (lo que Sinesio López ha llamado "delirios reaccionarios de grandeza"); b) se estaría desarrollando una estrategia de blindaje del neoliberalismo que empuje a la ilegalidad a los grupos de oposición al modelo, puesto que plantear alternativas a éste equivaldría a “atentar contra la democracia”.

Más allá de las patologías de García, el juego político consiste en persuadir a la opinión pública de que sólo es posible la democracia con el neoliberalismo y que toda alternativa al modelo económico es antidemocrática. Esta propuesta ideológica es fácilmente refutable pero no por ello deja de ser peligrosa. En Liberalismo y democracia (2006:7), Norberto Bobbio señala que la articulación entre democracia y liberalismo es histórica y contingente, y aclara que "un Estado liberal no es por fuerza democrático: más aún, históricamente se realiza en sociedades en las cuales la participación en el gobierno está muy restringida, limitada a las clases pudientes. Un gobierno democrático no genera forzosamente un Estado liberal". Más adelante afirma que "la combinación entre el liberalismo y la democracia solamente es posible, mas no necesaria". (Ibíd.:51)

Esto en cuanto al liberalismo, muchos de cuyos principios han sido traicionados o relegados por el neoliberalismo al privilegiar de manera fanática la libertad de mercado. De hecho el neoliberalismo fue una reacción conservadora a los avances sociales que se podían dar dentro del liberalismo, supuso el desmantelamiento de los Estados de Bienestar, de manera que la brecha entre democracia y neoliberalismo es aún mayor. Y no sólo nos referimos a la desigualdad y a la pobreza que se han acentuado en las décadas de neoliberalismo, sino a la forma en que ciertas decisiones que atañen al conjunto se han ido privatizando. La economía, por ejemplo, ha quedado fuera del control ciudadano o público, y responde cada vez más a los intereses de un puñado de grandes empresarios nacionales que, por lo general, constituyen oligopolios.

Tenemos argumentos, entonces, para cuestionar que plantear alternativas al modelo económico sea antidemocrático. Pero tenemos aún la tarea de desmitificar que oponerse al gobierno –o incluso pedir la vacancia presidencial- constituya un atentado contra la democracia. El politólogo Pérez Liñán señala que la nueva inestabilidad política en América Latina se diferencia de las del pasado en que no han amenazado a los regímenes democráticos sino a los gobiernos electos. Entre 1990 y 2001, nueve presidentes latinoamericanos se vieron obligados a dejar sus cargos, pero en ningún caso la renuncia fue seguida por gobiernos autoritarios.

La diferencia está en que los pueblos no dan golpes de Estado, se levantan frente a gobiernos antipopulares y excluyentes, y los obligan a retroceder en sus medidas o ceder el lugar a alguien que realmente los represente. Entonces, por definición, presionan por un gobierno más democrático. En el pasado, los golpes clásicos (como el que acaba de ocurrir en Honduras con el beneplácito de los sectores más reaccionarios de la derecha continental) deponían a gobiernos progresistas y populares, y colocaban en el poder de facto a caudillos militares que recortaban derechos y libertades (salvo contadas excepciones) . No existe tal riesgo cuando el pueblo, como actor histórico, recurre a la movilización y a la protesta ante la falta de canales institucionales para procesar sus demandas. Por ello, García inventa fantasmas, para no reconocer lo caduco del modelo económico que defiende y el rechazo masivo a su gobierno corrupto y entreguista.

Hay que ser enfáticos en esto: la democracia no es usted, señor García. Por el contrario, es usted quien pone la democracia en riesgo, entre lobbys, faenones, persecuciones políticas y vetos a candidatos de oposición, entre injerencias en los poderes del Estado, represión y cierre de medios de comunicación que le son incómodos. Es usted el riesgo.

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