Alguien dijo, mientras los chorizos crepitaban en la parrilla, el vino y el pisco corrían generosos y la carne venida de los Estados Unidos se aprestaba a realizar su show del sabor, “¿Cómo puede ser que la gente vote por Ollanta?” Respondí, sin asomo de agresividad y con cierto humor negro, “debe ser porque ellos no comen como vamos a comer nosotros”. Nadie reaccionó y se multiplicaron las sonrisas que alimentaban la esperanza de que ese grandulón hacedor de chistes malos llamado PPK hiciera el milagro. Después de todo el hombre es gringo y como todo gringo puede transformar sus deseos en realidad aunque tenga que pasar por encima de algún escollo. Sino pregunten a Bush o a Obama especialistas en el tema. No fue así y se cumplió la pesadilla de MVLL que, luciendo un dudoso ingenio, hizo una de esas comparaciones abominables que reflejan un desprecio absoluto por los que no piensan como él y que hiere la sensibilidad de los que padecen las enfermedades mencionadas.
En lo que a mí respecta me parece un escenario interesante. Todos hablaban de la necesidad de un cambio pero todos decían votar por aquellos que no solo no harían un cambio, sino que harían aun más duras las condiciones que impone el capital. Cambio, según entiendo, se refería a una mejor repartición de la riqueza. No digo nada del otro mundo, solo un poco más para los que menos tienen como para que la vida de los pobres pueda ser llamada vida. Pero no, hoy por hoy, para los exégetas del neoliberalismo es casi un atentado terrorista insinuar un aumento de impuestos a quienes más ganan o quitarle alguna ventaja económica a quienes están saturados de ellas. “Eso ahuyenta el capital”, dicen a coro. Y la verdad es que el capital primero suma y resta y mientras le siga conviniendo se queda donde está. Solo se trata de saber negociar y para ello es necesaria la presencia de un Estado que, sin destruir los negocios privados, vele por el interés del país.
Tomado de PERU21/Sociedad Mar. 12 abr '11
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