Lo hemos visto exhibirse en dimensión furiosa en ataques contra los cholos y los indios durante la campaña electoral.
El odio es la marca de fábrica de la reacción. Lo demostró el noruego Anders Behring Breivik, quien el 22 de julio asesinó en Oslo a 92 personas, y luego declaró ante el juez que el objetivo de sus ataques era “enviar una señal fuerte ante la actuación del Partido Laborista, que ha permitido que Noruega esté bajo la amenaza de colonización de los musulmanes”. El monstruo afirmó también que “quería salvar a Noruega y al norte de Europa de la amenaza marxista y musulmana”.
Miguel Mora, corresponsal de El País en Italia, escribió el primero de mayo que la Liga Norte, aliada de Silvio Berlusconi, “ha hecho del populismo, la demagogia, el antieuropeísmo y el odio al diferente una razón de Estado”. Sus militantes chillan “Roma ladrona” y piden ametrallar a los inmigrantes. Su “racismo de taberna”, informa Mora, apunta contra los italianos del sur, los albaneses, los negros, los gitanos y los árabes.
En Austria, el fantasma del nazismo alimenta dos partidos, que parecen inspirarse en el ejemplo de la preguerra, cuando Hitler anexó Austria, su tierra natal, a Alemania, en un Anschluss (anexión) que ganó fervorosas adhesiones de la derecha austriaca, guiada por el odio al marxismo.
Esto recuerda que Hitler fue impulsado por dos rencores: el odio al marxismo (Tod dem Marxismus: muerte al marxismo, fue su lema), y el odio a los judíos, así como a todas las “razas inferiores”.
Uno de los pretextos de Hitler fue la ruina económica de Alemania, agobiada por una inflación desaforada (para comprar pan se necesitaba una carretilla de billetes). El jefe nazi echó la culpa a los capitalistas judíos.
Hoy, cuando el mundo es azotado por una crisis financiera y económica global, ningún líder fanático tiene a quién cargarle la culpa, porque la culpa es de los dueños del poder, compartido o inspirado en muchos países por la derecha extrema.
Lo que cabe esperar es un retorno de la izquierda, signada por el amor a La Libertad y la justicia.
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